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SnapShot in the family album.


Hace unos días mientras revisaba en el ordenador mis instantáneas tomadas de paso por nuestra querida Habana allá por el 2013, o sea hace apenas tres años, encontré unas pocas imágenes de esas que hacemos con afán familiar, de acercarte a rincones imposibles que por pereza y prisa en tantas ocasiones pospones para otro viaje que quizás nunca llegaría. Fuimos entonces al mirador del Morro y al otro lado del la Bahía en La Cabaña, bajamos por los acantilados al lado del muro de la fortaleza y entretenido en las estructuras fortachonas y las olas que golpeaban las rocas y las piedras de sillar con fuerza. Esto para los que amamos el mar y la isla y la brisa es tan absorbente que hace pasar los minutos sin apenas darte cuenta.

Mi sorpresa fue cuando a mis espaldas y fuera de mi vista tenia los mas grandioso, famoso inmenso y demás magníficos adjetivos con los que seguramente Uds. coinciden, hablo de la imponente vista del Malecón y el inicio del Paseo del Prado, de los álamos que custodian su fragmentado suelo de mármol, de la vista que fluye hasta El Capitolio que corona con su cúpula inmensa la vista, allá a lo lejos donde todo se mezcla con el humo de alguna chimenea y este a su vez con el cielo plomizo, si seguimos todo se va llenando de manchas oscuras o grisáceas de techos que un día fueron rojos-teja y mas a la derecha la masa gris se tiñe de un brillante amarillo que viene del horizonte de ese resplandor con que el sol intenta quedarse aun cuando la ciudad completa lo rechaza con todos sus tonos como de mar turbio.

Aun así busqué en la naturaleza un poco de amabilidad y desde el mar trataba de encontrar azules y verdes que me dieran un poco de alegría, miré y miré con tantas ganas de algún naranja o amarillo que salpicara la explanada de la cornisa de la fortaleza o que subiera algo colorido por las estructuras de aquel viejo palacio derruido que estaba a la izquierda o la derecha. Porque la escena habla por si sola y estas palabras se van convirtiendo en solo ganas de que “La Ciudad” coja deseos de alguna parte de nuestros corazones y se resista a dejar de existir en su viveza, aun con la energía de nuestros recuerdos, que prevalecen en algún libro de fotos de nuestras abuelas, de nuestros parientes. En ese pequeñito resquicio de la memoria en esas diminutas instantáneas soñadas por todos los que la vimos un día presumir las ganas de quedarse brillando en un álbum de familia.


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