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Hablar, en Cuba. O, (Como movernos con unos someros movimientos estudiados).


Hablar de Cuba, en lo que a mi modo de ver; consiste en “mostrar la realidad a la que podemos acceder”.

Algo complicado para alguien que viaja a la Isla, mezclando visitas familiares y ese recorrido variopinto entre aeropuertos, la capital desenfrenada, y luego el recorrido “rocoso” vamos a llamarlo así; por la autopista y las carreteras de provincias que como poco viene siendo un deporte de riesgo y dejémoslo ahí, no he dicho: alto riesgo.

Sentir el aire fresco y húmedo, en especial muy húmedo que corre entre campo y mar. Y esa otra brisa que generan los aires acondicionados que nos ayudan a sobrevivir, en si mismo ya es una experiencia excitante.

Andar por las calles de Cuba, es como una epifanía de los valientes, y lo digo así porque con los años de tanto ir y venir a la Isla, comienzas a sentir algo como ajeno, nos vemos a nosotros mismos en distancia y todos los personajes que habitan el país como en una especie de reportaje televisivo y eso lo digo con el mayor respeto. Cada momento se puede convertir en un momento de serie televisiva o de novela actual, en la que todo lo que ves y te rodea se ve ralentizado. En general; mudo y silencioso. Tengo muchos recuerdos sonoros de la Isla, en especial de los años 80, el ambiente -Caribeño de aire libre- y también los estilos de -Carnaval ideológico- por todas partes, con mucho ruido y sonidos soneros, dispersos en bares, tiendas de ropa, portales de instituciones improvisadas y hasta el de las fiestas domesticas de los vecinos que a cualquier hora del día ponían las Radios Grabadoras, que eran una expresión de libertad cultural a nivel Comité. Sin olvidar aquellos ruidosos partidos de pelota o aquellas consignas y canciones idealistas o ideologístas de los trovadores de aquellos tiempos, que hacían un compás de dos, con los discursos políticos de la época.

En los 90 la música era otra, el murmullo sonoro de las colas que nunca llegaron a ser ruido. Algunos gritos sin definir, pero que en todo caso estaban muy lejos de ser gritos de aliento. En las horas punta: los programas políticos taladraban cada pensamiento que aireara la agonía que producía el “periodo especial”, dos palabras que, juntas, tienen el mismísimo efecto de un misil atómico en nuestro cerebro. También oímos los sonidos nuevos de las fusiones y el jazz, o de las charangas y el pop latino rítmico y anunciador de una nueva era económica para los artistas. Las casas, cuando menos tenían alguna Tv. a color que llegaban paulatinamente en la medida que el dollar, con algo menos de color entraba a los domicilios con el esfuerzo de aquellos emigrantes: hijas e hijos que dieron todo para volar con las alas que buenamente podían conseguir.

Al principio de los años dos mil, fui alguna vez a la Isla, y estaba sumida en esa especie de aire de desierto o cálima, que hacia ver las casas y las cosas gastadas, el sonido que había era leve, la gente hablaba en voz baja, como si fueran cánticos; alguno de esperanza mezclado con lamento.

Muchos estaban ahí resistiendo las envestidas de las arenas y el sol y el mismo calor aquel del que a veces no deberíamos hablar sobre todo en verano. Eso sí, hablabas con alguien y lo sentías tranquilo y hasta las ciudades; mas erosionadas por un ente invisible que como el sonido, nunca supimos de donde venía, estaban tranquilas.

Hay algo nuevo, no se definirlo. Las ciudades son algo mas movidas, mas personas caminando o circulando en casi cualquier tipo de vehículo, con o sin motor. En la calle ves que las fachadas recuperan un color perdido y los campos están algo mas vivos que antes, como dije al principio; todo se ve con algo de brillantez y un ir y venir inquieto, entrando y saliendo de los mercados y las tiendas, comprando y vendiendo no se sabe qué?...da igual si un güisqui barato, unas cuantas cervezas o algún congelado que vale porque todo puede estar amontonado en las neveras, que nunca se sabe cuando va a –escasear- otra vez como decía mi abuelo. No me detuve demasiado en ello porque insisto que la absoluta ausencia de voces, y ese silencio industrial que se percibe mientras echas algo de combustible en alguna gasolinera, te rodean algunas personas que no sabes que hacen ahí, paradas; descansando o simplemente husmeando lo que se cuece?. O cuando vas a un banco y en la ventanilla te atiende un hombre amable, que te mira fijamente a los ojos y mitad sonrisa te quiere decir algo que no culmina, mientras se alisa la corbata y tu te esfuerzas por escoger alguna palabra amable para sacar esa primera silabas de su boca, pero al final ni tú ni él dicen nada.

Y caminando o corriendo sigues viendo el país como un set en el que todos, -aun los de afuera- nos movemos con unos someros movimientos estudiados.


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